La señora de la casa, de LESBIANARIUM de Carme Pollina
—Buenos días. Mi nombre es Jennifer. Llamo de la empresa de
productos infantiles Maternal Womb. Estamos realizando una
encuesta entre las consumidoras para mejorar nuestros productos.
¿Es usted la señora de la casa?
Son las nueve y doce minutos. Tanta información a primera
hora de la mañana, cuando ni siquiera he tomado mi tazón de café
con leche sin azúcar, me parece, simplemente, imposible de asimilar.
Mi cerebro no funciona, y mi persona todavía no es humana. Me
pregunto de dónde habrá sacado mi teléfono la teleoperadora, y
también me gustaría tener dos palabras con la persona que la obliga
a llamar a la gente a horas intempestivas utilizando un discurso que,
de entrada, resulta avasallador.
—Mire, Jennifer, lo siento, pero ahora no tengo tiempo. Si
quiere, llámeme por la tarde, a partir de las seis.
—Sólo serán unos minutos, señora. Son preguntas muy
sencillas y rápidas de contestar.
—No lo dudo, pero es que ahora no puedo. Le prometo que si
me llama a última hora de la tarde la atenderé con mucho gusto.
—Pero… es que… por la tarde yo no voy a estar, esta semana
me toca de mañanas, y si usted habla con otra compañera, entonces
será ella quien…
—… Quien cobrará la encuesta, ¿verdad?
Su tono de voz se ha vuelto más personal y es ahora mucho
menos mecánico que el del primer mensaje de presentación. Para mí
ya no es una mera teleoperadora sino una mujer angustiada tratando
de mantener su empleo en plena crisis. Así que me remonto a mis
raíces proletarias y decido ayudarla dentro de mis posibilidades. © Carme Pollina Tarrés. La Señora de la Casa. Lesbianarium. 2010 2
—Ya veo. En ese caso será mejor que hablemos ahora. ¿Le
importa si voy preparando el desayuno mientras hablo con usted?
Pongo el “manos libres” y ya está.
—No, claro que no, señora. Le agradezco mucho su
comprensión.
—Perdone que le haga una pregunta antes de empezar,
Jennifer. Usted no es española, ¿verdad?
—No, soy de Colombia, recién llegada a España, señora.
—De acuerdo. Empecemos, pues. Y, por favor, no me llame
señora.
—Bien, como usted diga. ¿Es usted la señora de la casa?
—Vamos mal, Jennifer. ¿No le acabo de decir que no me llame
señora?
—Perdone, pero es la primera pregunta de la encuesta. Las
normas lo dicen muy claro: “Es imprescindible empezar todos los
cuestionarios preguntando a la interlocutora si es la señora de la
casa”.
—¿Y si no lo soy, qué dicen las normas?
—Entonces tengo que preguntarle por la señora. ¿Está su
madre en casa? ¿Puede ponerse al teléfono?
—¿Mi madre? Mi madre murió el año pasado, de vieja.
—Perdone, pero no la entiendo. ¿Es usted mayor de edad?
—Sí, hace ya un rato.
—¿Vive sola?
—No.
—¿Con su pareja?
—Sí.
—¿Y no es usted la señora de la casa?
—¿Puede definir “señora de la casa”, por favor?
—Pues… ¿qué quiere que le diga? La encargada de llevar la
casa, ya sabe, de cuidar a los niños, de hacer la compra… Todo eso.
—Ah… Entonces creo que soy la mitad de todo eso.
—No entiendo, ¿qué quiere decir?
—Ya veo que no entiende. Le digo que soy una de las dos
“señoras” de esta casa.
—¿Cómo que dos señoras?
Yo, la verdad, no sé por qué sigo metiéndome en semejantes
berenjenales a mi edad. Estoy muy cansada de andar educando a
ciertas personas que ni siquiera se toman la molestia de plantearse la
posibilidad de que exista más de una manera de vivir la vida. La
teleoperadora ya no me da pena, su estatus ha vuelto a cambiar, ha
dejado de ser una inmigrante con un trabajo precario para
convertirse en una posible lesbófoba. Tengo que andarme con mucho
cuidado, y si es necesario, pasar al ataque.
—Vamos a ver, Jennifer, usted ha llamado a una mujer que vive
en su casa con su pareja, que es otra mujer. ¿Supone eso algún
problema para contestar la encuesta? Si es así, dígamelo, la damos
por terminada y me concentro en mi desayuno.
—Pues… la verdad… no lo sé, señora… ¡Perdón!
Pobrecilla, no es lesbófoba ni nada, es que ni siquiera se le
había pasado por la cabeza la situación en la que se encuentra ahora
mismo. Tampoco a sus jefes. Sin embargo, tengo que reconocer que
la siguiente pregunta me exaspera sobremanera, no porque no la
haya oído antes sino precisamente por todo lo contrario. Quien diga
que los roles sexuales han desaparecido, miente o se engaña.
—Entonces, ¿pongo que usted hace de mujer?
—Y usted, ¿de qué hace? ¿De conejita Duracell?
—¿Qué?
Muy a pesar mío, decido seguir.
—Nada, que ponga, si quiere, que sí soy la señora de la casa. Al
fin y al cabo creo que lo soy, y además nadie tiene que saber si estoy
sola o si somos la legión, ¿verdad?
—¿Le parece que lo hagamos así?
—Sí, mujer. Ande, siga.
—Bueno. ¿Tiene usted hijos?
—No.
—¿Quiere tenerlos?
—No.
— (Claro, cómo va a tenerlos…).
—La he oído, Jennifer, y le aseguro que si quisiera tener hijos
se me ocurren varias maneras de conseguirlo. Así que, por favor,
marque la casilla del “no” y sigamos con esto. ¿Falta mucho?
—No, enseguida terminamos. Lo siento, pero la siguiente
pregunta también se refiere a los hijos.
—Qué le vamos a hacer, Jennifer. Dispare.
—¿Por qué no quiere tener hijos?
A estas alturas, mi capacidad de empatizar con el enemigo se
ha agotado por completo, así que decido aferrarme al sarcasmo. Si
tengo que lidiar con esta conversación absurda, por lo menos quiero
otorgarme el derecho de divertirme un poco.
—Pues mire, Jennifer, es muy sencillo, no quiero tener hijos
porque quiero ser inmortal.
—¿Jennifer? ¿Sigue usted ahí?
—Sí, sí, por supuesto. Estaba anotando su respuesta.
—¿De verdad? No me lo puedo creer… ¿Acaba de anotar que no
quiero tener hijos porque quiero ser inmortal?
—Sí, ¿no es eso lo que ha dicho?
—Claro, claro…
—Entonces, creo que hemos terminado. Los productos Maternal
Womb son para mujeres con hijos o que quieran tenerlos, y usted no
pertenece al target. Muchas gracias por atenderme.
—¡Espere!
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? No puede dejarme así, sin más.
—Pero, es que ya no tengo más preguntas para usted y todavía
tengo que hacer veintinueve encuestas más esta mañana.
—… ¿Y si le dijera que sí quiero tener hijos?...
—En ese caso podríamos seguir con la segunda parte del
cuestionario.
—¿En serio? Entonces ponga que estoy embarazada de siete
meses. Es una niña y se llamará Milagros.
—Qué nombre tan bonito. Una sobrina mía, allá en Colombia,
se llama igual y es un amor.
—Seguro que sí. ¿Podemos seguir?
—Por supuesto. ¿Cómo ha pensado dar a luz?
—A ver… deje que lo piense… ¿con las piernas abiertas?
—Esta pregunta se refiere a si es usted partidaria del parto natural.
—¡Ah! No, no, el parto, cuanto más artificial, mejor.
—Marcamos “parto asistido y monitorizado”.
—Sí, eso mismo.
—¿Le dará el pecho?
—El pecho… el pecho… Creo que no. Lo tengo muy pequeño y
no quiero castigarlo más. El biberón me parece una alternativa igual
de sana y, sobre todo, más cómoda. Siempre que la leche sea de
calidad, claro está… ¿Y esa música?
—Es la sintonía que indica que usted acaba de dar la respuesta
que buscábamos con nuestra encuesta. El hecho de que las usuarias
reconozcan la importancia de criar a sus hijos con una leche maternoinfantil de calidad refuerza el prestigio de Mum Lactum, nuestro
producto estrella y, sin duda, la leche de primera infancia de mayor
calidad del mercado, tal como lo demuestran estudios recientes.
—Vaya, estoy anonadada. ¿Y ahora qué?
—Nada, hemos terminado.
—¿Tan pronto? Empezaba a gustarme hablar con usted.
—En unos días recibirá en su casa una completa canastilla para
su bebé con productos Maternal Womb, y su nombre será incluido en
nuestra base de datos para asesorarla y ayudarla durante las
diferentes etapas de crecimiento de la criatura. ¿Está contenta?
—¡Mucho!
—Bien, pues, muchas gracias por su colaboración.
—De nada, mujer, a mandar. Adiós.
—Perdone…
—¿Qué quiere ahora?
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—Sí, pero esta vez se la hago yo, como curiosidad. ¿Por qué ha
dicho antes que no quería tener hijos porque quería ser inmortal?
—¿Le gustan las cucarachas, Jennifer?
—¿Las cucarachas? ¡Puaj! No. Me dan mucho asco.
—A mí también, pero nos van a servir para ilustrar lo que
quiero explicarle. No sé si en la televisión de su país llegaron a emitir
hace años aquel anuncio de Cucal que decía “Las cucarachas nacen,
crecen, se reproducen y mueren”.
—¡Sí! ¡Sí lo vimos allá en Colombia, sí! ¡Lo recuerdo!
—Bien. Siempre he pensado que los humanos nos parecemos
mucho a las cucarachas. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y
morimos. Yo sólo quiero romper esta cadena, porque tengo la
esperanza de que, si no me reproduzco, no moriré.
—Eso es una tontería.
—¡Vaya con nuestra Jennifer! ¿Qué ha pasado con la
encuestadora solícita?
—Muchísimas personas que no han tenido hijos mueren cada
día en el mundo.
—Ya lo sé, pero también albergo otra esperanza, la de ser
diferente. No existe en el mundo una persona exactamente igual a
mí, por lo tanto, no tiene por qué ocurrirme lo mismo que a los
demás. Jennifer, ¿no se imagina a veces que usted es única y
especial? ¿No se cree capaz de cambiar las reglas de juego? ¿De
verdad piensa que el mundo sería igual sin usted?
*"La señora da la casa" es una de las 20 historias que componen "Lesbianarium" de Carme Pollina
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